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Erika Tamaura

Ir al cine

Lo mismo de siempre.

Lo mismo de siempre.
 
Por Erika Tamaura (@erikatamaura en Twitter)

Yo no iba al cine casi nunca. Es más, yo vivía muy agusto así, sin ir. No lo necesitaba. Fue cuando me casé que mi marido me ayudó a involucrarme más con la experiencia de disfrutar películas. Ahora, ir al cine o ver una buena película en casa se ha convertido en una rutina liberadora.

Yo soy del tipo de personas que les cuesta mucho trabajo abrirse a lo nuevo. Soy muy nostálgica y puedo ver la misma serie o película una y otra vez mientras ando haciendo otras cosas. Saber lo que va a pasar me da una especie de seguridad y el ruido de fondo me arrulla para ponerme a limpiar, cocinar, hacer tarea, estudiar, etc. Creo que es una muletilla para no sentirme sola. Repito los diálogos como si fueran canciones. Me gusta sentir que hay gente conocida cerca de mi. Por eso siempre repito lo mismo en la tele.

Pero ahora ir al cine se ha convertido en un ritual. Mi marido no me deja ver mi celular ni hablarle cuando estamos viendo películas. Así que tengo que concentrarme, poner atención y dejar a los demás disfrutar también. Al principio eso me costó mucho trabajo porque concebía al cine desde un punto de vista social, pero la verdad es que ahora lo veo como un momento personal que disfruto mucho.

El 2020 provocó una herida mortal al cine como concepto. Todavía el año pasado creí sinceramente que ese tema estaba perdido y que ahora el cine sería solamente un lujo, como el periódico impreso. No me crean mucho pero siento que en este verano hay un momento clave en la reconfiguración de este gran animal que busca regresar a su puesto en la cadena alimenticia que son las opciones del uso del tiempo libre.

Le marqué por WhatsApp a mi amiga Lolita, Doctora en Ciencias Sociales y Miembro del Sistema Nacional de Investigadores y le dije: “te tengo que contar lo que estoy sintiendo al ir al cine, no solo está fortaleciendo la narrativa multicultural y hablando a tope de contenidos de física cuántica con los multi-universos, sino que trae este rollo terapéutico-astral-bienestar sobre cambios en la programación tradicional familiar-personal y lo está haciendo con un target sumamente complicado: los adolescentes.

Pongamos dos películas de ejemplo: Spider-Man y Flash. Erik, mi hijo de 15 años me explicó antes de ir a ver la nueva peli del hombre araña, que estas nuevas propuestas del spider-verso revolucionaron la ilustración tal como la conocíamos y me dio detalles técnicos con toda la cosa. Una de las cosas que me llamaron la atención fue como en ambas películas los protagonistas son hijos de madre de habla hispana: de Puerto Rico en Spider-Man y de España en Flash. El idioma español (y su cultura) se presenta como un indicador importante. En ambos hay universos que colapsan y el tema se desarrolla sobre las múltiples opciones que pudieran suceder… o no. En ambas el rescate del pasado tiene un papel central y es una pieza clave como puente para unir a las generaciones que no saben quién es Michael Keaton o George Clooney, se usa el humor en clave de memes como referencia para establecer nuevas vías en el disfrute del guion. Buscando información sobre las pelis, me topé en Twitter con un cartel de tour de conciertos alusivo al Spider-verse y me dije: claro, el cine está repensando no solo su contenido, sino los mecanismos de construcción y fidelización de fans. Nunca se me olvida algo que me dijo el maestro Ángel Mestres alguna vez: la cultura no necesita público, la cultura necesita fans. Siento que estamos frente a un cine que está decidido a ir por todo con nuestros adolescentes y las audiencias que orbitamos alrededor de ellos. No nos quedemos atrás y entremos también a la fiesta.

Algo tan cotidiano como ir al cine me hizo pensar que tal vez, aquello que alguna vez estableció una pauta que nos marcó a muchas generaciones de niñas que al igual que yo cuando veíamos las princesas de Disney crecimos soñando en príncipes azules que nos rescataran y el “felices para siempre”, lo cual resonaba con un protocolo social-cultural de los tiempos y que a muchas nos hizo topar con pared al madurar y fracasar al medir nuestra vida de pareja con esos estándares, ahora eso mismo le está diciendo a nuestros adolescentes que el tiempo no es lineal, que hay muchas dimensiones, universos y realidades, que las acciones tienen consecuencias, que hay que dejar ir los traumas, que es importante sanar el pasado, que la diversidad cultural es cool, y que la respuesta a cualquier drama es el amor desde un lugar honesto, cualquiera que sea su forma.

Mi recomendación: hay que ir al cine.

La imagen de la columna es: “Campbell´s Soup Cans” obra de Andy Warhol, tomada de Moma Learning. Cuando vean la película de Flash entenderán la referencia de la lata de tomate.

  • Música para la semana: Playlist del Spider-Verse
  • Hay que poner atención a: El día más feliz del año y día del WiFi (20 de junio); Día internacional del sol, del Yoga (21 de junio); Noche de San Juan (23 de junio); Día de las mujeres en la democracia (24 de junio); Día de la gente de mar (25 de junio).
  • Si notas que algo está muy intenso es porque:  Saturno está retrógrado, el Sol está en cuadratura a Neptuno y viene el solsticio de verano. Hay que bajarle dos rayitas a la impulsividad y tomarnos tiempo para reflexionar lo que nos causa ansiedad. Estira el cuerpo y haz ejercicios de respiración. El pico energético viene fuerte y con el calor ni para que les digo.
  • Chiste de la semana: “N de nadar” una amiga me recomendó la cuenta de Yaneth Bustamante en Tik Tok.
  • Bonus: No sabía que Instagram sacó la opción de tener canales tipo Telegram. Les dejo el mío que acabo de hacer para dejarles cositas que me encuentro de bienestar y libros. Clic aquí para irse a mi mini rinconcito virtual.
“Campbell´s Soup Cans” obra de Andy Warhol

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Erika Tamaura es gestora cultural, maestra, migrante y periodista cultural.

Podcaster en Capuccino Radio y blogger en Sobre las horas.

Impulsando la agencia cultural Node Point Us en la frontera sur de Estados Unidos.

Originaria de Ciudad Obregón, Sonora, México.

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Erika Tamaura

Segundos aires

Lo mismo de siempre

Por Erika Tamaura 

IG & X: @erikatamaura 

“Los vientos traen cambio, conocimiento y nuevas ideas 

a aquellos que están preparados para escuchar.”

-Jonathan Jones

Habría que ser sensible al cambio de nuestros tiempos personales. Habría que pararse al filo del acantilado (con o sin pánico) y sentir el aire del horizonte empujarte. Habría que encarar el viento. 

Existen momentos en los que hay que quedarse quieta y otros en los que solo hay que extender las alas y dejarse llevar por el viento que arrastra las hojas, el polen y el fuego. Medir el viento debería ser una de las clases que se ofrecen en las universidades en la que nos pudieran enseñar acerca de los cambios de velocidad de nuestros proyectos personales y tener cronogramas para poder planear los altos, las pausas, las aceleraciones y los saltos de distancia únicamente con sentir el viento. 

Hace poco, antes de que el mundo parará por completo, tuve un cambio de aires. Decidí seguir la dirección a la que el viento me estaba empujando hacia nuevos ajustes de vida y hoy, después de una larga y compleja pausa, me encuentro en este acantilado experimentando todo al mismo tiempo: nauseas, ansiedad, adrenalina, emoción, duda, destino, agruras, insomnio, presión arterial alta, nostalgia, entusiasmo, miedo, nervios, alegría, expectativas, alucinaciones y manos sudorosas. El segundo aire que estoy apunto de experimentar en mi vida no es más que el producto de un sueño egoísta que se transformó en la razón para contribuir a que otras luces se enciendan. Estos nuevos aires pudieran significar apenas un pequeño soplo para algunos, pero en mi rostro se sienten como un huracán. 

No siempre las ganas que suceden y renacen de los segundos aires vienen con fuegos artificiales. No siempre la emoción de un nuevo proyecto o etapa se siente como un romance de adolescentes. A veces el cansancio y la cautela también es una forma de recibir las nuevas cosas y en una manera de administrarnos frente a los nuevos impulsos que nos brinda la vida. Antes de escribir esta columna, leí una frase en Instagram que decía: “Si todo lo que hubieras soñado hasta el día de hoy llegara en este momento en tu vida… ¿tendrías el espacio en ella para recibirlo?”

Los segundos aires pueden sentirse como un golpe brusco o como una lógica en la trayectoria de nuestros anhelos derivada del esfuerzo, la suerte, el trabajo o la pasión, pero a veces, los segundos aires no tienen que presentarse como un estruendo o como chispas de electricidad… para mi por ejemplo,  estos segundos aires se sienten como una suave brisa, un murmullo con la temperatura exacta para apenas ser notada por el alma sedienta de las promesas de la juventud. 

Con amor, 

Erika. 

Crédito de foto: 

Untitled (giran), 2018. Instalación de arte por Jonathan Jones. 

Una obra que sugiere un mapa dónde se intersectan las corrientes de vientos, evocando pájaros en vuelo y conocimiento, cambio y nuevas ideas circulando por encima de nuevas cabezas. 

Tomado de: https://www.qagoma.qld.gov.au/stories/jonathan-jones-creates-spectacular-installations-australia/ 

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Erika Tamaura

Restaurar

Lo mismo de siempre

Por Erika Tamaura 

IG & X: @erikatamaura 

“Volver a poner algo en el estado o estimación que antes tenía.” 

-Real Academia de la Lengua Española (RAE)

En estos últimos años, mis vacaciones de verano se han tratado más sobre el ir al pasado que ir hacia nuevos lugares. Hace 6 años me mudé a Texas y durante los primeros años se juntó la pandemia con mi proceso de migración, luego la vida de familia, la etapa pre-universitaria de mi hijo y desde entonces, han sido poco los veranos en los que he tenido oportunidad de volver a Obregón  a la casa de mi mamá, con mi pasado.

Han sido muchas las cosas que se han movido en mí al tener el alma dividida entre dos países, dos mundos y dos dimensiones: por un lado, la nueva rutina que sigue desplegando sorpresas y retos a cada paso en un territorio con las complejidades culturales que implica hoy la frontera sur de Estados Unidos en un universo mega-multi-inter-cultural como Houston; y por el otro, regresar por temporadas a la mesa de la cocina de mi madre, mi cuarto, mis tías/os, mis amigos/as, mi pasado. 

Sin duda, regresar al pasado por mis vacaciones implica por supuesto sentir el estado de las cosas, pero ahora desde el personaje de observador… en el mejor de los casos, como observadora activa, pero desde lejos. Ya no se es un engrane en la maquinaria diaria, es decir, sigues siendo un engranaje importante, pero el sistema sigue sin tí y eso es muy interesante de sentir, por no decir desconcertante. Uno de esos casos que he experimentado ha sido volver a la universidad donde trabajé tantos años de mi vida y en la que dejé tantas cosas de mí, el lugar y las personas que me hicieron ser lo que soy profesionalmente y en dónde aprendí tantas lecciones de vida… dentro y fuera del escritorio. Pisar el suelo del lugar en el cuál pasaba todo mi tiempo y que edificó mis sueños ahora con otros zapatos, pega duro. 

Uno de los capítulos más significativos para mí cuando trabajé en ITSON fue en dónde entra a escena el Maestro Arteche. Esa parte de la serie de mi vida merece una columna aparte y se las contaré próximamente, pero para darles un adelanto, ese capítulo trajo a la hija del maestro a mi historia: Alina. Long story short como dicen acá, ella es hoy una de mis mejores amigas. 

El 8 de julio fue el natalicio del Maestro Arteche y este 11 de julio ITSON inicia las celebraciones de su 70 aniversario con una frase muy poderosa: “Memoria que inspira a trascender”. Entre esos polos de energía, el jueves 10 de julio hubo una rueda de prensa sobre el arranque del proceso de restauración del mural:  “Evolución Mística del Hombre Venado” obra del Mtro Arteche ubicada en el Teatro Dr. Oscar Russo Vogel. Y ahí estaba yo: sentada en mi pasado y escuchando con el corazón la clase magistral que daba el equipo a cargo del proceso por parte de la Escuela Nacional de Conservación y Restauración y Museografía “Manuel Castillo Negrete” (ENCRyM) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) sobre los pasos para restaurar una obra mural de esta naturaleza. Algunos medios de comunicación preguntaron cuánto dinero, cuánto tiempo, cuánta gente, cuántos mosaicos, por qué se había deteriorado, cuáles causas… pero lo que yo apunté fue esto:

  • El criterio que sigue la restauración es el respeto a la integridad de la obra del artista y el análisis para que la intervención honre lo más posible la obra original. Es importante además documentar todo el proceso y seguir un marco de lineamientos. 
  • Un año antes de llegar a trabajar en la obra, se hizo un diagnóstico de las condiciones del mural y de la estructura: dónde estaba el problema, las grietas y las fracturas. Al parecer, hubo una fisura en la superficie que sostiene la obra y por ahí iba entrando humedad y se fueron botando y empujando los mosaicos. Al irse introduciendo el agua en la herida con el paso del tiempo se fue disolviendo el mortero que los unía. 
  • Al tener el diagnóstico, se puede determinar una metodología de trabajo, lo que implica hacer pruebas y experimentos, además, en este caso por varios indicadores externos, se determinó que el proceso se desarrollará en varias fases, es decir, no queda a la primera, debe haber un seguimiento. 
  • Es necesario clasificar y limpiar los mosaicos a utilizar para reemplazar los faltantes. En este caso se encontró al mismo fabricante del material original, pero el modelo usado ya estaba descontinuado, así que se tuvo que comprar el nuevo modelo y ajustarlo, lo cual implicó rebajar el material y el soporte  para que pueda quedar en el mismo plano y no resalte. 
  • La misma obra plantea el tiempo de restauración. 
  • Esta es una segunda restauración, ya había ocurrido una en el año 2000. 

Quise compartirles mis notas sobre este proceso porque mientras escuchaba, pensaba en cómo esto no era tan diferente de lo que muchas de nosotras tenemos que hacer para restaurarnos a nosotras mismas después de ciertas temporadas y cómo a veces sufrimos por lo que se ha perdido o las fracturas que van ocurriendo en el camino. No somos diferentes a una obra de arte: nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestra historia, nuestras relaciones, nuestro lugar en el pasado o el lugar que ocupa el pasado en nosotras es una obra preciosa en sí misma. Restaurar implica observar y tener el valor de decir en dónde está la herida y qué tan grave es, no para lamentarnos eternamente sino para saber lo que se ocupa para repararla. Necesitamos tiempo. Necesitamos una atención con pulso artesanal, dedicada, con fe de que cada pequeña tarea aplicada aporta a la gran configuración de nuestra obra. Entender que a veces no vamos a poder conseguir ni las piezas originales ni vamos a poder resarcir algo a cómo lo habíamos encontrado, recibido o experimentado al inicio, pero es igual de valioso el buscar reemplazos y ajustarlos, porque eso también se puede y es válido. Nadie te va a decir cuánto tiempo va a durar tu restauración, no puedes apurar el proceso y lo más importante, puedes restaurarte las veces que sean necesarias. Trabajar en restaurar la historia que nos contamos desde nuestro pasado puede ser una gran manera de invocar el futuro. 

Con amor, 

Erika. 

Crédito de foto: ENCRyM-ITSON

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Erika Tamaura

Aventar(se)

Lo mismo de siempre. Por Erika Tamaura  IG & X: @erikatamaura 

Los impulsos andan muy cotizados en estos días en los cuáles la incertidumbre es la constante. Los saltos de fe, la adrenalina, los tiros de precisión, “jugársela”, seguir el instinto, han subido de precio recientemente. Ser una persona impulsiva está catalogado como algo exótico en algunos casos y en otros, indeseable. En lo personal, tengo categorías de mi vida en las cuáles me permito ser impulsiva, como por ejemplo: decir que sí a proyectos culturales (sin leer primero las letritas chiquitas); invitaciones a tomar café con mis amigas o personas con las que pueda pasar horas y horas platicando; comprar agendas y plumones de colores; justificarme sin que me pregunten y ordenar un quinto taco sin tener aún el plato vacío. 

El martes pasado mi esposo y yo fuimos al cine a ver la “última” película de “Misión Imposible». Para esto tuvimos un maratón en casa viendo todas las anteriores y quiénes me conocen saben que la comunicación y el marketing son unos de mis placeres culposos. Así que cada vez que podía ponía de fondo el tema de la película y veía las entrevistas de Tom Cruise sobre su narrativa de posicionarse como el actor que hace sus escenas de acción sin doble. Mi esposo, que no es tan fácil de convencer, me veía con cara de: “seguramente te la estás creyendo” y yo le pedía que tuviera fe en Hollywood, que era un momento dónde todos necesitábamos creer en algo y la industria nos estaba dando un símbolo. 

Quise jugar con el título de esta columna en infinitivo para recordar cuando hemos sido invadidos por esos impulsos que nos hacen aventar cosas materiales contra la pared o contra cualquier cosa o persona y de cuando hemos agarrado el valor o quizá no haber pensado bien las cosas y nos hemos aventado nosotros mismos hacia situaciones y escenarios… ya me dirán ustedes cómo les ha ido con esas aventadas, pero de entrada el “dejarnos ir” es, sin duda, una de las cosas que aprendemos a controlar desde la infancia y después, se vuelve una respuesta programada, aprendida y domesticada.

Quizá nunca haya mejor momento para aventarse que cuando así te lo indique tu sentido de equilibrio. Hay personas que al pie de un barranco su estómago los detiene y los jala hacia atrás en un acto de seguridad, hay otras que al contrario, eso mismo que les quita la respiración es la señal inequívoca para tirarse sin pensarlo dos veces. 

¿Cuántas veces te dijo tu mamá: “te vas a caer” cuando andabas jugando? y luego agregaba: “luego la que batalla es una que te tiene que curar las heridas y una es la que sufre por los hijos”. Esa programación sigue bien instalada en mi subconsciente y ahora me sorprendo aplicándola fielmente a mi hijo de 17 años y no porque yo así lo haya decidido, sino más bien porque me lo dijeron tantas veces que se volvió parte de mi narrativa personal. Tomar riesgos se volvió casi casi una prohibición porque arriesgarme significa la posibilidad de hacerle daño a alguien más, entonces dejé de pensar en mí y tomaba solo los riesgos calculados lo que definió mi camino me hizo ser quién soy (además de que nunca fui la más rebelde del grupo). 

Tom Cruise viene a vendernos la idea de que no importa el nivel de riesgo, siempre habrá alguien que lo salve, que lo resucite, siempre habrá alguien en quién él pueda confiar y por eso se avienta. Esa idea podría sonar aún más imposible en la realidad que el tratar de rescatar un disco duro en una bóveda de máxima seguridad en un  submarino en el fondo del mar de Bering mientras da vueltas antes de caer a un acantilado y salir de ahí hacia el mar congelado sin traje de buzo ni oxígeno, pero lo cierto es que si hay alguna misión imposible en estos días, esa es la de aventarse y estar seguros que alguien nos va a cachar. Quizá Tom Cruise no la tuvo tan imposible como nosotros la tenemos en el día a día: tomar riesgos y que alguien pueda estar ahí para ayudarnos podría ser menos creíble que brincar de un avión a otro en pleno vuelo y sin paracaídas. 

El crédito de foto es del artista Mark Bristol y uno de los diseños del Storyboard de la película: “Mission: Impossible, The Final Reckoning.”

Puedes ver más de su trabajo en su página:

http://markbristol.squarespace.com/concept-and-storyboard-art/mission-impossible-fallout/ 

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