Erika Tamaura
Renunciar


Por Erika Tamaura (@erikatamaura en Twitter)
Crecí con la idea que el éxito era nunca renunciar a nada. Había que ser terca y estoica. La palabra “renuncia” era parte de un paquete de programación que significaba: “fracasar”. Lo cierto es que renunciar a algo ya no es lo que era antes, o quizá nunca lo fue, es solo que la Matrix nos entrenó para pensar que ese código era peligroso y sentir culpa al usarlo. La palabra está estigmatizada. Y como toda palabra, tiene un inmenso poder.
Ahora que lo pienso, renunciar me causa miedo porque quizá no sé manejar mi libertad y necesito sentirme contenida, porque cuando algo me da razones para renunciar, me aferro intensamente a la opción de quedarme y suelo decirle a las personas que amo que también deben quedarse en situaciones que las llevan a enfrentarse con su dolor y su incomodidad, porque a mi me enseñaron que la disciplina y el compromiso eran más importantes que sentirme mal. Esa instrucción de vida me llevó a grandes logros y a formarme de manera integral, sin embargo, creo que olvidaron darme el antídoto para cuando se vive la palabra “renunciar”, porque lo que esa bomba química provoca en nuestro interior necesita más que un caldito de pollo para sanarse.
¿Cuántas veces se puede renunciar a algo en la vida? ¿Al año? ¿A la semana? ¿Al día?
Renunciar me sabe igual que cuando pierdo algo. El vacío, el coraje, el desaliento, la melancolía, la tristeza, la incertidumbre. Hace unos días soñé que estaba en un aeropuerto y por ir caminando rápido, siguiendo el ritmo de alguien más y por querer llegar a mi vuelo a tiempo olvidé mi maleta en una sala. Cuando me di cuenta se me salió el corazón del cuerpo y corrí desesperadamente de regreso buscando por todos lados, preguntando muy preocupada. Cuando al fin la encontré, alguien la había abierto y robado mi celular, mi ipad y mi laptop. Me senté a llorar porque sabía que jamás iba a tener esas herramientas de nuevo conmigo y sobre todo pensé: ¿cómo es que alguien puede ser tan cruel para quitarme algo que yo necesito tanto? Pensaba en todas mis cosas privadas y personales a las que el ladrón iba a tener acceso y en toda la información y trabajo que iba a ser borrado y desechado sin piedad. Yo iba a tener que empezar de nuevo sin saber si iba a poder recuperar el pasado, solo porque alguien tuvo el poder de quitarme algo yo tenía que reconfigurarme de nuevo.
Entonces me levanté muy preocupada y busqué en Google: “qué significa cuando sueñas perder tu maleta”.
La respuesta a mi preocupación sobre darle sentido a la palabra “renuncia” la encontré cuando me topé a esta chica Emilie Leyes en Tik Tok que hablaba sobre “reframing” algo así como “re-encuadrar” y que se usa para replantearte pensamientos negativos desde otra perspectiva. Por ejemplo, en lugar de decir: “estoy enferma”, dices: “estoy sanando”; en lugar de: “estoy muy ocupada”, dices: “mi vida está muy llena hoy”; en lugar de: “hoy no he hecho absolutamente nada”, dices: “mi capitalismo interno está muy intenso hoy”; en lugar de decir: “renuncio”, dices: “tomo la decisión de dejar ir.”
Cuando uno se replantea la acción de renunciar desde una decisión propia, le ayudamos a la mente con los obstáculos. “Tomar la decisión de dejar ir” es algo sumamente complejo, no todos estamos preparados para ello, pero todos necesitamos hacerlo al menos alguna vez en la vida, alguna vez al año, alguna vez en la semana, alguna vez durante este día. Así que, repite conmigo: “tomo la decisión de dejar ir” y si quieres verte nivel sensei le agregas: “… y eso está bien.”
Renunciar es un proceso que tiene vida propia y el verano es un momento que puede prepáranos en ese terreno. Los veranos tienen un espíritu de libertad y un ritmo de playa que pueden ser clave para los finales… o los inicios… cómo sea que lo sientas mejor en tu alma.
La imagen de la columna se titula: “Summer Igloo”, realizada en 2014 por la arquitecta Virginia Melnyk en Beijing.
• Música para la semana: Lo Fi to Let Go Fi
• Hay que poner atención a: día del donante de sangre (14 de junio), día global del viento (15 de junio), día del padre (18 de junio).
• Si notas que algo está muy intenso es porque: Plutón está retrógrado en la zona Capricornio hasta el 20 de enero de 2024.
• Chiste de la semana: ¿cuál es tu mayor sueño?
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Erika Tamaura es gestora cultural, maestra, migrante y periodista cultural.
Podcaster en Capuccino Radio y blogger en Sobre las horas.
Originaria de Ciudad Obregón, Sonora, México. Radica desde 2019 en Houston, Texas, Estados Unidos

Erika Tamaura
Segundos aires

Lo mismo de siempre
Por Erika Tamaura
IG & X: @erikatamaura
“Los vientos traen cambio, conocimiento y nuevas ideas
a aquellos que están preparados para escuchar.”
-Jonathan Jones

Habría que ser sensible al cambio de nuestros tiempos personales. Habría que pararse al filo del acantilado (con o sin pánico) y sentir el aire del horizonte empujarte. Habría que encarar el viento.
Existen momentos en los que hay que quedarse quieta y otros en los que solo hay que extender las alas y dejarse llevar por el viento que arrastra las hojas, el polen y el fuego. Medir el viento debería ser una de las clases que se ofrecen en las universidades en la que nos pudieran enseñar acerca de los cambios de velocidad de nuestros proyectos personales y tener cronogramas para poder planear los altos, las pausas, las aceleraciones y los saltos de distancia únicamente con sentir el viento.
Hace poco, antes de que el mundo parará por completo, tuve un cambio de aires. Decidí seguir la dirección a la que el viento me estaba empujando hacia nuevos ajustes de vida y hoy, después de una larga y compleja pausa, me encuentro en este acantilado experimentando todo al mismo tiempo: nauseas, ansiedad, adrenalina, emoción, duda, destino, agruras, insomnio, presión arterial alta, nostalgia, entusiasmo, miedo, nervios, alegría, expectativas, alucinaciones y manos sudorosas. El segundo aire que estoy apunto de experimentar en mi vida no es más que el producto de un sueño egoísta que se transformó en la razón para contribuir a que otras luces se enciendan. Estos nuevos aires pudieran significar apenas un pequeño soplo para algunos, pero en mi rostro se sienten como un huracán.
No siempre las ganas que suceden y renacen de los segundos aires vienen con fuegos artificiales. No siempre la emoción de un nuevo proyecto o etapa se siente como un romance de adolescentes. A veces el cansancio y la cautela también es una forma de recibir las nuevas cosas y en una manera de administrarnos frente a los nuevos impulsos que nos brinda la vida. Antes de escribir esta columna, leí una frase en Instagram que decía: “Si todo lo que hubieras soñado hasta el día de hoy llegara en este momento en tu vida… ¿tendrías el espacio en ella para recibirlo?”
Los segundos aires pueden sentirse como un golpe brusco o como una lógica en la trayectoria de nuestros anhelos derivada del esfuerzo, la suerte, el trabajo o la pasión, pero a veces, los segundos aires no tienen que presentarse como un estruendo o como chispas de electricidad… para mi por ejemplo, estos segundos aires se sienten como una suave brisa, un murmullo con la temperatura exacta para apenas ser notada por el alma sedienta de las promesas de la juventud.
Con amor,
Erika.
Crédito de foto:
Untitled (giran), 2018. Instalación de arte por Jonathan Jones.
Una obra que sugiere un mapa dónde se intersectan las corrientes de vientos, evocando pájaros en vuelo y conocimiento, cambio y nuevas ideas circulando por encima de nuevas cabezas.
Tomado de: https://www.qagoma.qld.gov.au/stories/jonathan-jones-creates-spectacular-installations-australia/
Erika Tamaura
Restaurar

Lo mismo de siempre
Por Erika Tamaura
IG & X: @erikatamaura
“Volver a poner algo en el estado o estimación que antes tenía.”
-Real Academia de la Lengua Española (RAE)

En estos últimos años, mis vacaciones de verano se han tratado más sobre el ir al pasado que ir hacia nuevos lugares. Hace 6 años me mudé a Texas y durante los primeros años se juntó la pandemia con mi proceso de migración, luego la vida de familia, la etapa pre-universitaria de mi hijo y desde entonces, han sido poco los veranos en los que he tenido oportunidad de volver a Obregón a la casa de mi mamá, con mi pasado.
Han sido muchas las cosas que se han movido en mí al tener el alma dividida entre dos países, dos mundos y dos dimensiones: por un lado, la nueva rutina que sigue desplegando sorpresas y retos a cada paso en un territorio con las complejidades culturales que implica hoy la frontera sur de Estados Unidos en un universo mega-multi-inter-cultural como Houston; y por el otro, regresar por temporadas a la mesa de la cocina de mi madre, mi cuarto, mis tías/os, mis amigos/as, mi pasado.
Sin duda, regresar al pasado por mis vacaciones implica por supuesto sentir el estado de las cosas, pero ahora desde el personaje de observador… en el mejor de los casos, como observadora activa, pero desde lejos. Ya no se es un engrane en la maquinaria diaria, es decir, sigues siendo un engranaje importante, pero el sistema sigue sin tí y eso es muy interesante de sentir, por no decir desconcertante. Uno de esos casos que he experimentado ha sido volver a la universidad donde trabajé tantos años de mi vida y en la que dejé tantas cosas de mí, el lugar y las personas que me hicieron ser lo que soy profesionalmente y en dónde aprendí tantas lecciones de vida… dentro y fuera del escritorio. Pisar el suelo del lugar en el cuál pasaba todo mi tiempo y que edificó mis sueños ahora con otros zapatos, pega duro.
Uno de los capítulos más significativos para mí cuando trabajé en ITSON fue en dónde entra a escena el Maestro Arteche. Esa parte de la serie de mi vida merece una columna aparte y se las contaré próximamente, pero para darles un adelanto, ese capítulo trajo a la hija del maestro a mi historia: Alina. Long story short como dicen acá, ella es hoy una de mis mejores amigas.
El 8 de julio fue el natalicio del Maestro Arteche y este 11 de julio ITSON inicia las celebraciones de su 70 aniversario con una frase muy poderosa: “Memoria que inspira a trascender”. Entre esos polos de energía, el jueves 10 de julio hubo una rueda de prensa sobre el arranque del proceso de restauración del mural: “Evolución Mística del Hombre Venado” obra del Mtro Arteche ubicada en el Teatro Dr. Oscar Russo Vogel. Y ahí estaba yo: sentada en mi pasado y escuchando con el corazón la clase magistral que daba el equipo a cargo del proceso por parte de la Escuela Nacional de Conservación y Restauración y Museografía “Manuel Castillo Negrete” (ENCRyM) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) sobre los pasos para restaurar una obra mural de esta naturaleza. Algunos medios de comunicación preguntaron cuánto dinero, cuánto tiempo, cuánta gente, cuántos mosaicos, por qué se había deteriorado, cuáles causas… pero lo que yo apunté fue esto:
- El criterio que sigue la restauración es el respeto a la integridad de la obra del artista y el análisis para que la intervención honre lo más posible la obra original. Es importante además documentar todo el proceso y seguir un marco de lineamientos.
- Un año antes de llegar a trabajar en la obra, se hizo un diagnóstico de las condiciones del mural y de la estructura: dónde estaba el problema, las grietas y las fracturas. Al parecer, hubo una fisura en la superficie que sostiene la obra y por ahí iba entrando humedad y se fueron botando y empujando los mosaicos. Al irse introduciendo el agua en la herida con el paso del tiempo se fue disolviendo el mortero que los unía.
- Al tener el diagnóstico, se puede determinar una metodología de trabajo, lo que implica hacer pruebas y experimentos, además, en este caso por varios indicadores externos, se determinó que el proceso se desarrollará en varias fases, es decir, no queda a la primera, debe haber un seguimiento.
- Es necesario clasificar y limpiar los mosaicos a utilizar para reemplazar los faltantes. En este caso se encontró al mismo fabricante del material original, pero el modelo usado ya estaba descontinuado, así que se tuvo que comprar el nuevo modelo y ajustarlo, lo cual implicó rebajar el material y el soporte para que pueda quedar en el mismo plano y no resalte.
- La misma obra plantea el tiempo de restauración.
- Esta es una segunda restauración, ya había ocurrido una en el año 2000.
Quise compartirles mis notas sobre este proceso porque mientras escuchaba, pensaba en cómo esto no era tan diferente de lo que muchas de nosotras tenemos que hacer para restaurarnos a nosotras mismas después de ciertas temporadas y cómo a veces sufrimos por lo que se ha perdido o las fracturas que van ocurriendo en el camino. No somos diferentes a una obra de arte: nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestra historia, nuestras relaciones, nuestro lugar en el pasado o el lugar que ocupa el pasado en nosotras es una obra preciosa en sí misma. Restaurar implica observar y tener el valor de decir en dónde está la herida y qué tan grave es, no para lamentarnos eternamente sino para saber lo que se ocupa para repararla. Necesitamos tiempo. Necesitamos una atención con pulso artesanal, dedicada, con fe de que cada pequeña tarea aplicada aporta a la gran configuración de nuestra obra. Entender que a veces no vamos a poder conseguir ni las piezas originales ni vamos a poder resarcir algo a cómo lo habíamos encontrado, recibido o experimentado al inicio, pero es igual de valioso el buscar reemplazos y ajustarlos, porque eso también se puede y es válido. Nadie te va a decir cuánto tiempo va a durar tu restauración, no puedes apurar el proceso y lo más importante, puedes restaurarte las veces que sean necesarias. Trabajar en restaurar la historia que nos contamos desde nuestro pasado puede ser una gran manera de invocar el futuro.
Con amor,
Erika.
Crédito de foto: ENCRyM-ITSON

Erika Tamaura
Aventar(se)

Lo mismo de siempre. Por Erika Tamaura IG & X: @erikatamaura
Los impulsos andan muy cotizados en estos días en los cuáles la incertidumbre es la constante. Los saltos de fe, la adrenalina, los tiros de precisión, “jugársela”, seguir el instinto, han subido de precio recientemente. Ser una persona impulsiva está catalogado como algo exótico en algunos casos y en otros, indeseable. En lo personal, tengo categorías de mi vida en las cuáles me permito ser impulsiva, como por ejemplo: decir que sí a proyectos culturales (sin leer primero las letritas chiquitas); invitaciones a tomar café con mis amigas o personas con las que pueda pasar horas y horas platicando; comprar agendas y plumones de colores; justificarme sin que me pregunten y ordenar un quinto taco sin tener aún el plato vacío.

El martes pasado mi esposo y yo fuimos al cine a ver la “última” película de “Misión Imposible». Para esto tuvimos un maratón en casa viendo todas las anteriores y quiénes me conocen saben que la comunicación y el marketing son unos de mis placeres culposos. Así que cada vez que podía ponía de fondo el tema de la película y veía las entrevistas de Tom Cruise sobre su narrativa de posicionarse como el actor que hace sus escenas de acción sin doble. Mi esposo, que no es tan fácil de convencer, me veía con cara de: “seguramente te la estás creyendo” y yo le pedía que tuviera fe en Hollywood, que era un momento dónde todos necesitábamos creer en algo y la industria nos estaba dando un símbolo.
Quise jugar con el título de esta columna en infinitivo para recordar cuando hemos sido invadidos por esos impulsos que nos hacen aventar cosas materiales contra la pared o contra cualquier cosa o persona y de cuando hemos agarrado el valor o quizá no haber pensado bien las cosas y nos hemos aventado nosotros mismos hacia situaciones y escenarios… ya me dirán ustedes cómo les ha ido con esas aventadas, pero de entrada el “dejarnos ir” es, sin duda, una de las cosas que aprendemos a controlar desde la infancia y después, se vuelve una respuesta programada, aprendida y domesticada.
Quizá nunca haya mejor momento para aventarse que cuando así te lo indique tu sentido de equilibrio. Hay personas que al pie de un barranco su estómago los detiene y los jala hacia atrás en un acto de seguridad, hay otras que al contrario, eso mismo que les quita la respiración es la señal inequívoca para tirarse sin pensarlo dos veces.
¿Cuántas veces te dijo tu mamá: “te vas a caer” cuando andabas jugando? y luego agregaba: “luego la que batalla es una que te tiene que curar las heridas y una es la que sufre por los hijos”. Esa programación sigue bien instalada en mi subconsciente y ahora me sorprendo aplicándola fielmente a mi hijo de 17 años y no porque yo así lo haya decidido, sino más bien porque me lo dijeron tantas veces que se volvió parte de mi narrativa personal. Tomar riesgos se volvió casi casi una prohibición porque arriesgarme significa la posibilidad de hacerle daño a alguien más, entonces dejé de pensar en mí y tomaba solo los riesgos calculados lo que definió mi camino me hizo ser quién soy (además de que nunca fui la más rebelde del grupo).
Tom Cruise viene a vendernos la idea de que no importa el nivel de riesgo, siempre habrá alguien que lo salve, que lo resucite, siempre habrá alguien en quién él pueda confiar y por eso se avienta. Esa idea podría sonar aún más imposible en la realidad que el tratar de rescatar un disco duro en una bóveda de máxima seguridad en un submarino en el fondo del mar de Bering mientras da vueltas antes de caer a un acantilado y salir de ahí hacia el mar congelado sin traje de buzo ni oxígeno, pero lo cierto es que si hay alguna misión imposible en estos días, esa es la de aventarse y estar seguros que alguien nos va a cachar. Quizá Tom Cruise no la tuvo tan imposible como nosotros la tenemos en el día a día: tomar riesgos y que alguien pueda estar ahí para ayudarnos podría ser menos creíble que brincar de un avión a otro en pleno vuelo y sin paracaídas.
El crédito de foto es del artista Mark Bristol y uno de los diseños del Storyboard de la película: “Mission: Impossible, The Final Reckoning.”
Puedes ver más de su trabajo en su página:
http://markbristol.squarespace.com/concept-and-storyboard-art/mission-impossible-fallout/

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