Erika Tamaura
Contracturas.

Lo mismo de siempre.

Por Erika Tamaura (@erikatamaura en Twitter)
En mis veintes pasé muchas horas, muchas días, mucho tiempo practicando danza. Mis maestras y maestros nos explicaban todo el tiempo la importancia de la contracción y relajación para el cuerpo a través del movimiento, algo que fui olvidando al ir dejando de hacer danza y conforme fui “madurando”.
Olvidé… y con el olvido busqué respuestas externas en todos lados cada vez que mi cuerpo me dolía por contracturas: que si la mochila estaba muy pesada, que si me dio un aire, que si estaba sudando y entré al aire acondicionado, que si dormí torcida, que si tenía mala postura para la computadora, etc. De alguna forma, nunca tuve una contractura tan dolorosa como para pedir ayuda o como para asustarme. Hasta que la tuve.
Era la segunda mitad del 2019 y yo había renunciado a mi trabajo de veinte años, me había mudado de país, me había casado, en lugar de tener solo un hijo ahora tenía una familia de seis, era la primera vez en mi vida que iba a ser ama de casa (es un decir, porque todavía sigo sin saber cómo ser ama de casa), teníamos una casa nueva y había comenzado los trámites legales para mi cambio de ciudadanía lo cual vino acompañado de un coctel de vacunas requeridas por el sistema de salud estadounidense. La parte alta de mi espalda, esa en los hombros que sube por el cuello y llegaba a cada uno a los cabellos de mi cabeza, parecía mármol. Un mármol que me hacía llorar del dolor. Intenté todo: pastillas, masajes, terapia electromagnética… todo. El dolor era horrible.
“Lo normal” en los músculos es el movimiento de contracción y relajación. Cuando sucede una contractura significa que hay un incremento de tensión de manera continua e involuntaria en un músculo que no consigue volver a relajarse, o bien, a su estado de reposo. Pero esperen, hay otras causas muy interesantes: puede que tu contractura se deba a que durante el esfuerzo que haces el cuerpo no pueda metabolizar las sustancias que se producen en ese trabajo excesivo y por falta de depuración, se produzca dolor e inflamación, y la otra que más me gusta es: cuando te lastimas, los músculos que están alrededor se contraen para proteger, eso hace que, aunque la lesión principal esté fuera de peligro, lo demás queda lastimado.
Afortunadamente, la medicina llegó a mi en forma de tapete de yoga. Encontré a una chica con un canal de Youtube llamado: : “Yoga with Adriene” que me salvó. No había hecho estiramientos o movimientos para liberar mi cuerpo desde hace mucho, mucho tiempo y cuando los hacía era por arte, por catarsis, por fitness, por estar en un escenario. Ahora, estaba en la alfombra de mi casa, llorando de dolor por haber olvidado la importancia de relajarme en mi día a día.
Recuerdo bien esa mañana cuando reconecté con el movimiento de mi cuerpo. Sentía alfileres que caían de mi piel y el mármol se desprendía en enormes y pesados pedazos. Desde ese momento, no hay ni un solo día en el que yo no dedique unos minutos para parar el mundo y hablarle a mis músculos y apapacharlos. Pudiera mentirles y decirles que lo hago la mayoría del tiempo por mantenimiento y cariño, pero la realidad es que lo hago por el miedo de volver a sentir ese dolor y la mayoría de las veces lo hago porque soy imperfecta y controladora y sigo fallando en recordar que a cada contracción corresponde una relajación. Les escribo para no olvidar. Y si alguien siente dolor en su cuerpo el día de hoy por alguna contractura, que sea entonces el momento para dejar de ser masoquistas y darnos un buen espacio de reposo. Inténtenlo. ¿Qué es lo peor que pudiera pasar si nos relajamos?
La imagen que acompaña la columna es la escultura griega: “Hija de Níobe herida”, del Siglo V a.C. ubicada en el Museo Nacional Romano del Palazzo Massimo.
• Música para la semana: Cuencos de cuarzo
• Si notas que algo está muy intenso es porque: Acaba de pasar la luna llena en Capricornio, que es un momento dónde muchas cosas relacionadas con nuestra vocación, legado, estatus civil y #goals salen a la luz para venir a nuestro encuentro, trabajarlas y sanarlas. ¿Te has dado cuenta de algunas cosas relacionados con esos temas durante estos días?. Les dejo datos interesantes de apoyo en el Instagram de Sisters Village.
• Para hacerte sonreír: Probando un kiwi por primera vez.
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Erika Tamaura es gestora cultural, maestra, migrante y periodista cultural.
Podcaster en Capuccino Radio y blogger en Sobre las horas.
Impulsando la agencia cultural Node Point Us en la frontera sur de Estados Unidos.
Originaria de Ciudad Obregón, Sonora, México.

Erika Tamaura
Segundos aires

Lo mismo de siempre
Por Erika Tamaura
IG & X: @erikatamaura
“Los vientos traen cambio, conocimiento y nuevas ideas
a aquellos que están preparados para escuchar.”
-Jonathan Jones

Habría que ser sensible al cambio de nuestros tiempos personales. Habría que pararse al filo del acantilado (con o sin pánico) y sentir el aire del horizonte empujarte. Habría que encarar el viento.
Existen momentos en los que hay que quedarse quieta y otros en los que solo hay que extender las alas y dejarse llevar por el viento que arrastra las hojas, el polen y el fuego. Medir el viento debería ser una de las clases que se ofrecen en las universidades en la que nos pudieran enseñar acerca de los cambios de velocidad de nuestros proyectos personales y tener cronogramas para poder planear los altos, las pausas, las aceleraciones y los saltos de distancia únicamente con sentir el viento.
Hace poco, antes de que el mundo parará por completo, tuve un cambio de aires. Decidí seguir la dirección a la que el viento me estaba empujando hacia nuevos ajustes de vida y hoy, después de una larga y compleja pausa, me encuentro en este acantilado experimentando todo al mismo tiempo: nauseas, ansiedad, adrenalina, emoción, duda, destino, agruras, insomnio, presión arterial alta, nostalgia, entusiasmo, miedo, nervios, alegría, expectativas, alucinaciones y manos sudorosas. El segundo aire que estoy apunto de experimentar en mi vida no es más que el producto de un sueño egoísta que se transformó en la razón para contribuir a que otras luces se enciendan. Estos nuevos aires pudieran significar apenas un pequeño soplo para algunos, pero en mi rostro se sienten como un huracán.
No siempre las ganas que suceden y renacen de los segundos aires vienen con fuegos artificiales. No siempre la emoción de un nuevo proyecto o etapa se siente como un romance de adolescentes. A veces el cansancio y la cautela también es una forma de recibir las nuevas cosas y en una manera de administrarnos frente a los nuevos impulsos que nos brinda la vida. Antes de escribir esta columna, leí una frase en Instagram que decía: “Si todo lo que hubieras soñado hasta el día de hoy llegara en este momento en tu vida… ¿tendrías el espacio en ella para recibirlo?”
Los segundos aires pueden sentirse como un golpe brusco o como una lógica en la trayectoria de nuestros anhelos derivada del esfuerzo, la suerte, el trabajo o la pasión, pero a veces, los segundos aires no tienen que presentarse como un estruendo o como chispas de electricidad… para mi por ejemplo, estos segundos aires se sienten como una suave brisa, un murmullo con la temperatura exacta para apenas ser notada por el alma sedienta de las promesas de la juventud.
Con amor,
Erika.
Crédito de foto:
Untitled (giran), 2018. Instalación de arte por Jonathan Jones.
Una obra que sugiere un mapa dónde se intersectan las corrientes de vientos, evocando pájaros en vuelo y conocimiento, cambio y nuevas ideas circulando por encima de nuevas cabezas.
Tomado de: https://www.qagoma.qld.gov.au/stories/jonathan-jones-creates-spectacular-installations-australia/
Erika Tamaura
Restaurar

Lo mismo de siempre
Por Erika Tamaura
IG & X: @erikatamaura
“Volver a poner algo en el estado o estimación que antes tenía.”
-Real Academia de la Lengua Española (RAE)

En estos últimos años, mis vacaciones de verano se han tratado más sobre el ir al pasado que ir hacia nuevos lugares. Hace 6 años me mudé a Texas y durante los primeros años se juntó la pandemia con mi proceso de migración, luego la vida de familia, la etapa pre-universitaria de mi hijo y desde entonces, han sido poco los veranos en los que he tenido oportunidad de volver a Obregón a la casa de mi mamá, con mi pasado.
Han sido muchas las cosas que se han movido en mí al tener el alma dividida entre dos países, dos mundos y dos dimensiones: por un lado, la nueva rutina que sigue desplegando sorpresas y retos a cada paso en un territorio con las complejidades culturales que implica hoy la frontera sur de Estados Unidos en un universo mega-multi-inter-cultural como Houston; y por el otro, regresar por temporadas a la mesa de la cocina de mi madre, mi cuarto, mis tías/os, mis amigos/as, mi pasado.
Sin duda, regresar al pasado por mis vacaciones implica por supuesto sentir el estado de las cosas, pero ahora desde el personaje de observador… en el mejor de los casos, como observadora activa, pero desde lejos. Ya no se es un engrane en la maquinaria diaria, es decir, sigues siendo un engranaje importante, pero el sistema sigue sin tí y eso es muy interesante de sentir, por no decir desconcertante. Uno de esos casos que he experimentado ha sido volver a la universidad donde trabajé tantos años de mi vida y en la que dejé tantas cosas de mí, el lugar y las personas que me hicieron ser lo que soy profesionalmente y en dónde aprendí tantas lecciones de vida… dentro y fuera del escritorio. Pisar el suelo del lugar en el cuál pasaba todo mi tiempo y que edificó mis sueños ahora con otros zapatos, pega duro.
Uno de los capítulos más significativos para mí cuando trabajé en ITSON fue en dónde entra a escena el Maestro Arteche. Esa parte de la serie de mi vida merece una columna aparte y se las contaré próximamente, pero para darles un adelanto, ese capítulo trajo a la hija del maestro a mi historia: Alina. Long story short como dicen acá, ella es hoy una de mis mejores amigas.
El 8 de julio fue el natalicio del Maestro Arteche y este 11 de julio ITSON inicia las celebraciones de su 70 aniversario con una frase muy poderosa: “Memoria que inspira a trascender”. Entre esos polos de energía, el jueves 10 de julio hubo una rueda de prensa sobre el arranque del proceso de restauración del mural: “Evolución Mística del Hombre Venado” obra del Mtro Arteche ubicada en el Teatro Dr. Oscar Russo Vogel. Y ahí estaba yo: sentada en mi pasado y escuchando con el corazón la clase magistral que daba el equipo a cargo del proceso por parte de la Escuela Nacional de Conservación y Restauración y Museografía “Manuel Castillo Negrete” (ENCRyM) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) sobre los pasos para restaurar una obra mural de esta naturaleza. Algunos medios de comunicación preguntaron cuánto dinero, cuánto tiempo, cuánta gente, cuántos mosaicos, por qué se había deteriorado, cuáles causas… pero lo que yo apunté fue esto:
- El criterio que sigue la restauración es el respeto a la integridad de la obra del artista y el análisis para que la intervención honre lo más posible la obra original. Es importante además documentar todo el proceso y seguir un marco de lineamientos.
- Un año antes de llegar a trabajar en la obra, se hizo un diagnóstico de las condiciones del mural y de la estructura: dónde estaba el problema, las grietas y las fracturas. Al parecer, hubo una fisura en la superficie que sostiene la obra y por ahí iba entrando humedad y se fueron botando y empujando los mosaicos. Al irse introduciendo el agua en la herida con el paso del tiempo se fue disolviendo el mortero que los unía.
- Al tener el diagnóstico, se puede determinar una metodología de trabajo, lo que implica hacer pruebas y experimentos, además, en este caso por varios indicadores externos, se determinó que el proceso se desarrollará en varias fases, es decir, no queda a la primera, debe haber un seguimiento.
- Es necesario clasificar y limpiar los mosaicos a utilizar para reemplazar los faltantes. En este caso se encontró al mismo fabricante del material original, pero el modelo usado ya estaba descontinuado, así que se tuvo que comprar el nuevo modelo y ajustarlo, lo cual implicó rebajar el material y el soporte para que pueda quedar en el mismo plano y no resalte.
- La misma obra plantea el tiempo de restauración.
- Esta es una segunda restauración, ya había ocurrido una en el año 2000.
Quise compartirles mis notas sobre este proceso porque mientras escuchaba, pensaba en cómo esto no era tan diferente de lo que muchas de nosotras tenemos que hacer para restaurarnos a nosotras mismas después de ciertas temporadas y cómo a veces sufrimos por lo que se ha perdido o las fracturas que van ocurriendo en el camino. No somos diferentes a una obra de arte: nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestra historia, nuestras relaciones, nuestro lugar en el pasado o el lugar que ocupa el pasado en nosotras es una obra preciosa en sí misma. Restaurar implica observar y tener el valor de decir en dónde está la herida y qué tan grave es, no para lamentarnos eternamente sino para saber lo que se ocupa para repararla. Necesitamos tiempo. Necesitamos una atención con pulso artesanal, dedicada, con fe de que cada pequeña tarea aplicada aporta a la gran configuración de nuestra obra. Entender que a veces no vamos a poder conseguir ni las piezas originales ni vamos a poder resarcir algo a cómo lo habíamos encontrado, recibido o experimentado al inicio, pero es igual de valioso el buscar reemplazos y ajustarlos, porque eso también se puede y es válido. Nadie te va a decir cuánto tiempo va a durar tu restauración, no puedes apurar el proceso y lo más importante, puedes restaurarte las veces que sean necesarias. Trabajar en restaurar la historia que nos contamos desde nuestro pasado puede ser una gran manera de invocar el futuro.
Con amor,
Erika.
Crédito de foto: ENCRyM-ITSON

Erika Tamaura
Aventar(se)

Lo mismo de siempre. Por Erika Tamaura IG & X: @erikatamaura
Los impulsos andan muy cotizados en estos días en los cuáles la incertidumbre es la constante. Los saltos de fe, la adrenalina, los tiros de precisión, “jugársela”, seguir el instinto, han subido de precio recientemente. Ser una persona impulsiva está catalogado como algo exótico en algunos casos y en otros, indeseable. En lo personal, tengo categorías de mi vida en las cuáles me permito ser impulsiva, como por ejemplo: decir que sí a proyectos culturales (sin leer primero las letritas chiquitas); invitaciones a tomar café con mis amigas o personas con las que pueda pasar horas y horas platicando; comprar agendas y plumones de colores; justificarme sin que me pregunten y ordenar un quinto taco sin tener aún el plato vacío.

El martes pasado mi esposo y yo fuimos al cine a ver la “última” película de “Misión Imposible». Para esto tuvimos un maratón en casa viendo todas las anteriores y quiénes me conocen saben que la comunicación y el marketing son unos de mis placeres culposos. Así que cada vez que podía ponía de fondo el tema de la película y veía las entrevistas de Tom Cruise sobre su narrativa de posicionarse como el actor que hace sus escenas de acción sin doble. Mi esposo, que no es tan fácil de convencer, me veía con cara de: “seguramente te la estás creyendo” y yo le pedía que tuviera fe en Hollywood, que era un momento dónde todos necesitábamos creer en algo y la industria nos estaba dando un símbolo.
Quise jugar con el título de esta columna en infinitivo para recordar cuando hemos sido invadidos por esos impulsos que nos hacen aventar cosas materiales contra la pared o contra cualquier cosa o persona y de cuando hemos agarrado el valor o quizá no haber pensado bien las cosas y nos hemos aventado nosotros mismos hacia situaciones y escenarios… ya me dirán ustedes cómo les ha ido con esas aventadas, pero de entrada el “dejarnos ir” es, sin duda, una de las cosas que aprendemos a controlar desde la infancia y después, se vuelve una respuesta programada, aprendida y domesticada.
Quizá nunca haya mejor momento para aventarse que cuando así te lo indique tu sentido de equilibrio. Hay personas que al pie de un barranco su estómago los detiene y los jala hacia atrás en un acto de seguridad, hay otras que al contrario, eso mismo que les quita la respiración es la señal inequívoca para tirarse sin pensarlo dos veces.
¿Cuántas veces te dijo tu mamá: “te vas a caer” cuando andabas jugando? y luego agregaba: “luego la que batalla es una que te tiene que curar las heridas y una es la que sufre por los hijos”. Esa programación sigue bien instalada en mi subconsciente y ahora me sorprendo aplicándola fielmente a mi hijo de 17 años y no porque yo así lo haya decidido, sino más bien porque me lo dijeron tantas veces que se volvió parte de mi narrativa personal. Tomar riesgos se volvió casi casi una prohibición porque arriesgarme significa la posibilidad de hacerle daño a alguien más, entonces dejé de pensar en mí y tomaba solo los riesgos calculados lo que definió mi camino me hizo ser quién soy (además de que nunca fui la más rebelde del grupo).
Tom Cruise viene a vendernos la idea de que no importa el nivel de riesgo, siempre habrá alguien que lo salve, que lo resucite, siempre habrá alguien en quién él pueda confiar y por eso se avienta. Esa idea podría sonar aún más imposible en la realidad que el tratar de rescatar un disco duro en una bóveda de máxima seguridad en un submarino en el fondo del mar de Bering mientras da vueltas antes de caer a un acantilado y salir de ahí hacia el mar congelado sin traje de buzo ni oxígeno, pero lo cierto es que si hay alguna misión imposible en estos días, esa es la de aventarse y estar seguros que alguien nos va a cachar. Quizá Tom Cruise no la tuvo tan imposible como nosotros la tenemos en el día a día: tomar riesgos y que alguien pueda estar ahí para ayudarnos podría ser menos creíble que brincar de un avión a otro en pleno vuelo y sin paracaídas.
El crédito de foto es del artista Mark Bristol y uno de los diseños del Storyboard de la película: “Mission: Impossible, The Final Reckoning.”
Puedes ver más de su trabajo en su página:
http://markbristol.squarespace.com/concept-and-storyboard-art/mission-impossible-fallout/

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